Trenes y trenes y más trenes, por Alberto Aguilar... Si este mexicanito hiciera una columna acerca de trenes se vendería más el periódico, porque su columna de nombres ya enfada, todo mundo sabe quienes son esos tipos y por qué y para qué están ahí, y aparte a los europeos que nos importa que pase en América Latina, es un herbidero de problemas, desgraciadamente los europeos tenemos la culpa. En fin, ahí estaba uno parado en la estación central de París, esperando su bólido para ir a Lens, o Montpellier o tal vez a Lyon o a Bordeux o a Cannes, y si uno era turista rico a Monte Carlo. No me decidía a dónde ir, me la pasaba viendo los trenes bala pasar y pasar, de repente como a la vista humana se le hacía que las ventanas del tren se movían rápido debido a la velocidad del tren, parecía que estaba viendo una película de la vida, las caras de los pasajeros rápido formaron las caras de varios de mis familiares y mientras iba subiendo la velocidad, aparecieron formas que fueron significativas para mí, como una bicicleta, un control de Atari y un reloj de bolsillo que era de mi abuelo. Al momento de esto, apareció el tren que iba desde este punto hasta Marseille, y ese tren empezó a formar una película de mi vida, todo lo que había transcurrido hasta este momento, mi estar por el Colegio de la Sagrada Familia en Belleydoux hasta mis años en La Sorbona. Todas las experiencias, relojes derretidos, alucines, todo estaba en esos trenes... Le pregunté a un español que pasaba por ahí si cuando quedaba a esperar su tren le pasaba algo parecido, y me dijo que sí, siempre veía lo mismo, lo mismo y lo mismo, sus años de chaval en Barcelona y los terribles años de regencia de Franco y compañía. Le pregunté a un señor alemán ya entrado en años si también le pasaba lo mismo y me decía que sí, era como viajar a sus años en la Bauhaus una y otra vez, por eso le gustaba viajar en tren. Los recuerdos estaban hasta en el fotomatón, mientras todavía me decidía a dónde ir me tomé unas cuantas fotos, y no salieron las del momento, si no unas con mi padre en el Tour de France del 78, cuando ganó su primer Tour el legendario Bernard Hinault, unas en el mundial del 98 con mi familia y la ultima, de nene tomando leche. Todo estaba claro, si uno era aficionado al tren, sus recuerdos y vivencias se quedaban en la estación...
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