Son las 5 de la tarde, ya está oscuro, hora de levantarse. Podría decirse que soy un vampiro moderno, me levanto de noche, y vivo de noche, porque con la luz me derrito. Detesto la luz, detesto el sol y su brillantez enfermiza, detesto tanto maldito movimiento y ruido en esas horas de sol. Por eso me levanto en la noche y vivo de noche. Sentir la temperatura bajar es lo máximo. Me paro en la terraza de mi hogar a que me pegue esa fresca brisa que acaricia mi cara como si fuera mi novia.
Me encanta ver la luna, llena, su brillo es dado por el estúpido sol, pero es mucho más bello el brillo lunar que el del sol mismo. Me gusta la noche porque es cuando tengo la oportunidad de estar solo, viviendo mi vida y como la quiero, platicando conmigo mismo, pensando en la inmortalidad del cangrejo... Pensando en qué nos va a deparar el destino, el traicionero destino. La noches es cuando mis mejores ideas fluyen, sin estar presionado a estúpidos puntos de vista, inocentes, que no creen que haya algo tras bambalinas moviendo todo, no puede ser que no quieran aceptar que la gente topo maneja el planeta. Es gente topo porque nadie sabe ni dónde están ni cuáles son sus nefastas caras.
La noche, más que para descansar me sirve para revitalizarme, me identifico con ella, con su frialdad y con su acogedora tranquilidad e inactividad, pacífica. No hay ciudades que no duerman. Me gusta volar viendo sus lunas llenas, nuevas, cuartos crecientes o menguantes. Hay que aprovechar que casi no hay tráfico aéreo. La noche es mi compañera, con ella comparto mis experiencias, los resultados deportivos y algunas cosas que no son de interés para la mayoría.
La noche... No es para dormir, es para disfrutar...
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