Nací en una provincia de Colombia, muy bonita, desde chico, mis padres no se fijaban en mí, estaban más interesados en sus profesiones que en mi educación. Me hice una persona muy introvertida, no le hablaba a nadie, parecía un chico mudo, ni siquiera abría la boca para pedir algo, todo lo hacía con señas. Crecí y crecí y crecí y para ser libre, decidí irme de casa rumbo a Bogotá, para empezar a trabajar en una automotriz. Regresé a casa poco después para visitar a mi madre, que estaba puliendo un gran gato de plata con posición de batalla, que tenía guardado en el ático y que se lo habían regalado sus amigos de una fraternidad extraterrestre a la que había pertenecido un tiempo. Mi padre había fallecido unos días antes y ella sacó el gato para ponerlo arriba del televisor, de adorno. Lo sacó ya fallecido mi padre, porque a él nunca le gustó, decía que estaba poseído. De hecho cuando llegué le pregunté unas cosas y parecía que me respondía, pero en realidad le estaba hablando al gato, carajo... Decidí desacerme de ese puto gato.
Como a las 2 de la mañana, ya dormida mi santa madre, retiré al gato de encima del televisor, y lo guardé en mi maleta, la cuál dejé afuera de la casa... Ya salido el sol, desayuné y me retiré de la casa de mi madre, ni me despedí de ella, porque estaba llore y llore de que su gato querido había desaparecido. En mi mente estaba muerto de risa, el gato lo tenía yo y lo iba a ir a fundir en cuanto llegara a Bogotá. Tal fue mi sorpresa cuando alzé mi maleta para meterla en la cajuela del taxi... No pesaba nada, la abrí y el gato había desaparecido. DEMONIOS.
Como a los dos días recibo una carta a mi domicilio en Bogotá, LA HABÍA ESCRITO EL GATO... Me dijo que estaba de gira por el mundo, estaba en Río de Janeiro, viendo el futbol. De hecho, también venían dos fotos, una en el Cristo de Corcovado y otra con una bailarina de samba del carnaval. A los cinco días de eso, otra carta del gato diciendo que estaba en Buenos Aires, que le había dado la mano a Maradona, hasta fumó marihuana con él, se hizo un tatuaje del Ché Guevara y dos fotos, una en la Casa Rosada y otra en el Estadio Monumental.
Dos días después de esa carta visité a mi madre, ya me ponía más atención, hasta me preparó la merienda, muy deliciosa, a su estilo. La habitación donde dormía ya estaba mucho más arreglada y me preguntó si ya tenía novia, o si ya había conseguido acomodo en un equipo de la Primera Nacional. Fueron unos gratos días con mi madre, como nunca. Regreso a Bogotá y otra maldita carta del gato. Ahora ya estaba en la Ciudad de México, me narra que probó el chile hasta cagar sangre, se puso ebrio con una botella de Tequila, vomitó como nunca, le robaron su cartera, lo tuvieron secuestrado unas horas, pero en fin, se la pasó bien, las clásicas dos fotografías, una lamiéndole un seno al Ángel de la Independencia (salió pervertido el gatico) y otra con un sombrero de charro en el Estadio Azteca, de hecho dijo que se sentía como hormiga adentro del famoso Coloso de la colonia Santa Úrsula.
Me subieron de posición rápidamente en la automotríz, ya era jefe de ensambladores, ya hasta de broma me llevé un látigo al trabajo, mis compañeros no se lo tomaron muy de risa. Demonios, hasta en el trabajo me llegan cartas del desgraciado gato. Estaba de regreso en Sudamérica, ahora estaba en Perú, cantando a capella "Déjame que te cuente limeña". Fotografías, una aérea en Nazca y otra escalando Machu Pichu. Mi madre me mandó al día siguiente unas galletas de chispas de chocolate, ni sabía que horneaba galletas de chispas de chocolate. Días después me llegó otra carta, ahora ya odiaba al maldito gato, pero tenía curiosidad de saber dónde estaba ahora, nada más y nada menos que en Estados Unidos. Se compró un Nintendo DS y el Xbox 360, cobró viáticos en AIG, compró un pliego de billetes de 2 dólares y el muy presumido me dijo que le había dado la mano al presidente Obama. Obviamente las fotos fueron de los mimos que le dió la noble familia Obama en su estancia en la Casa Blanca, ah, y una en el Monte Rushmore.
Finalmente, el gato regresó y el muy tonto llegó a mi domicilio, a mi hogar... Le dí un golpe fuerte con mi bate de beisbol, lo llevé a exorcizar con el obispo y lo llevé con un herrero a que le reparara el golpe hecho con el bate. Fui con mi madre, que ya me recibía de beso. Le entregué al gato y mi madre ni se había dado cuenta de que no estaba el gato. Reconoció que nunca le había gustado el gato, y me lo regaló... Genial, el estúpido gato ya era mío. Lo odiaba tanto después de lo hecho, que lo vendí a una fundidora... Me dieron 1,000,000 de pesos por él.
Pasaron los meses y salió un reportaje en el diario de Bogotá, acerca de relojes, anillos y aretes de plata que desaparecían misteriosamente y al tiempo mandaban cartas y fotos de ellos en otros lugares a sus dueños...
Como a las 2 de la mañana, ya dormida mi santa madre, retiré al gato de encima del televisor, y lo guardé en mi maleta, la cuál dejé afuera de la casa... Ya salido el sol, desayuné y me retiré de la casa de mi madre, ni me despedí de ella, porque estaba llore y llore de que su gato querido había desaparecido. En mi mente estaba muerto de risa, el gato lo tenía yo y lo iba a ir a fundir en cuanto llegara a Bogotá. Tal fue mi sorpresa cuando alzé mi maleta para meterla en la cajuela del taxi... No pesaba nada, la abrí y el gato había desaparecido. DEMONIOS.
Como a los dos días recibo una carta a mi domicilio en Bogotá, LA HABÍA ESCRITO EL GATO... Me dijo que estaba de gira por el mundo, estaba en Río de Janeiro, viendo el futbol. De hecho, también venían dos fotos, una en el Cristo de Corcovado y otra con una bailarina de samba del carnaval. A los cinco días de eso, otra carta del gato diciendo que estaba en Buenos Aires, que le había dado la mano a Maradona, hasta fumó marihuana con él, se hizo un tatuaje del Ché Guevara y dos fotos, una en la Casa Rosada y otra en el Estadio Monumental.
Dos días después de esa carta visité a mi madre, ya me ponía más atención, hasta me preparó la merienda, muy deliciosa, a su estilo. La habitación donde dormía ya estaba mucho más arreglada y me preguntó si ya tenía novia, o si ya había conseguido acomodo en un equipo de la Primera Nacional. Fueron unos gratos días con mi madre, como nunca. Regreso a Bogotá y otra maldita carta del gato. Ahora ya estaba en la Ciudad de México, me narra que probó el chile hasta cagar sangre, se puso ebrio con una botella de Tequila, vomitó como nunca, le robaron su cartera, lo tuvieron secuestrado unas horas, pero en fin, se la pasó bien, las clásicas dos fotografías, una lamiéndole un seno al Ángel de la Independencia (salió pervertido el gatico) y otra con un sombrero de charro en el Estadio Azteca, de hecho dijo que se sentía como hormiga adentro del famoso Coloso de la colonia Santa Úrsula.
Me subieron de posición rápidamente en la automotríz, ya era jefe de ensambladores, ya hasta de broma me llevé un látigo al trabajo, mis compañeros no se lo tomaron muy de risa. Demonios, hasta en el trabajo me llegan cartas del desgraciado gato. Estaba de regreso en Sudamérica, ahora estaba en Perú, cantando a capella "Déjame que te cuente limeña". Fotografías, una aérea en Nazca y otra escalando Machu Pichu. Mi madre me mandó al día siguiente unas galletas de chispas de chocolate, ni sabía que horneaba galletas de chispas de chocolate. Días después me llegó otra carta, ahora ya odiaba al maldito gato, pero tenía curiosidad de saber dónde estaba ahora, nada más y nada menos que en Estados Unidos. Se compró un Nintendo DS y el Xbox 360, cobró viáticos en AIG, compró un pliego de billetes de 2 dólares y el muy presumido me dijo que le había dado la mano al presidente Obama. Obviamente las fotos fueron de los mimos que le dió la noble familia Obama en su estancia en la Casa Blanca, ah, y una en el Monte Rushmore.
Finalmente, el gato regresó y el muy tonto llegó a mi domicilio, a mi hogar... Le dí un golpe fuerte con mi bate de beisbol, lo llevé a exorcizar con el obispo y lo llevé con un herrero a que le reparara el golpe hecho con el bate. Fui con mi madre, que ya me recibía de beso. Le entregué al gato y mi madre ni se había dado cuenta de que no estaba el gato. Reconoció que nunca le había gustado el gato, y me lo regaló... Genial, el estúpido gato ya era mío. Lo odiaba tanto después de lo hecho, que lo vendí a una fundidora... Me dieron 1,000,000 de pesos por él.
Pasaron los meses y salió un reportaje en el diario de Bogotá, acerca de relojes, anillos y aretes de plata que desaparecían misteriosamente y al tiempo mandaban cartas y fotos de ellos en otros lugares a sus dueños...
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